China-Arabia Saudí: el asalto al oro negro

La República Popular China (RPC) se ha convertido en el mayor cliente de Arabia Saudí en los pocos años transcurridos desde que ambos países establecieron relaciones diplomáticas en 1990.

A los ojos de los dirigentes saudíes, la importancia del rival iraní en el conjunto de Oriente Medio y la reducción del apoyo militar de Washington hacen necesario recurrir más a China.

Al ser el último país árabe en establecer relaciones diplomáticas con Pekín, la monarquía saudí suministra ahora una parte importante del crudo que compra la RPC. La cooperación chino-saudí en materia de seguridad y terrorismo se ha intensificado. Además, el reino saudí no ha hecho ningún comentario sobre la represión de los uigures. En colaboración con Riad, las autoridades chinas dejaron de renovar los pasaportes de los ciudadanos chinos uigures.

El príncipe heredero, Mohammad ben Salman, también ha expresado su interés en participar en las Nuevas Rutas de la Seda, tanto en el ámbito energético como en el financiero. Esta política de acercamiento, que debería continuar en los próximos años, constituye un giro histórico desde 1945. El gran número de inversiones realizadas por la empresa nacional Saudi Aramco (nacionalizada en 2019) en refinerías chinas (procesamiento de petróleo pesado) probablemente creará una relación duradera entre ambos países.

Ceremonia de inauguración del proyecto Yanbu Aramco Sinopec Refining Company (YASREF), 20 de enero de 2016 en Riad. Esta refinería conjunta es un símbolo de la creciente implicación de Pekín en Oriente Medio

La República Popular China (RPC) se ha convertido en el mayor cliente de Arabia Saudí en los pocos años transcurridos desde que ambos países establecieron relaciones diplomáticas en 1990.

A los ojos de los dirigentes saudíes, la importancia del rival iraní en el conjunto de Oriente Medio y la reducción del apoyo militar de Washington hacen necesario recurrir más a China.

Al ser el último país árabe en establecer relaciones diplomáticas con Pekín, la monarquía saudí suministra ahora una parte importante del crudo que compra la RPC. La cooperación chino-saudí en materia de seguridad y terrorismo se ha intensificado. Además, el reino saudí no ha hecho ningún comentario sobre la represión de los uigures. En colaboración con Riad, las autoridades chinas dejaron de renovar los pasaportes de los ciudadanos chinos uigures.

El príncipe heredero, Mohammad ben Salman, también ha expresado su interés en participar en las Nuevas Rutas de la Seda, tanto en el ámbito energético como en el financiero. Esta política de acercamiento, que debería continuar en los próximos años, constituye un giro histórico desde 1945. El gran número de inversiones realizadas por la empresa nacional Saudi Aramco (nacionalizada en 2019) en refinerías chinas (procesamiento de petróleo pesado) probablemente creará una relación duradera entre ambos países.

Los orígenes de este acercamiento


La relación moderna entre ambos países comenzó durante la Segunda Guerra Mundial. China estuvo al frente de este conflicto, que duró ocho años para China (frente a una media de cinco años para Europa). Desde su estallido, ha sido un laboratorio de las tensiones entre comunistas y nacionalistas, por un lado, y soviéticos y chinos, por otro. Al mismo tiempo, el apoyo de Tokio a ciertas facciones musulmanas abrió la posibilidad de una alternativa a las autoridades chinas.

En este complejo contexto, y para contrarrestar las iniciativas japonesas, China, muy débil en aquella época, se apoyó en la diplomacia informal llevada a cabo por sus intelectuales afincados en Oriente Medio, como Muhammad Ma Jian (1906-1978).

Originario de Yunnan, fue uno de los primeros musulmanes chinos en ser enviado oficialmente a la máxima autoridad espiritual, la Universidad de Al Azhar en El Cairo, para perfeccionar sus conocimientos de árabe y del Hadîth. Ma Jian entró en contacto con los Hermanos Musulmanes.

Gran exégeta del Corán en chino, Ma Jian formó a varias generaciones de arabistas a su regreso a China. En 1955, asistió a Zhou Enlai en la Conferencia de Bandung (1955) como intérprete durante sus conversaciones con Nasser. En este sentido, Pekín cultivó los inicios de una política árabe en el contexto de la Guerra Fría y la teoría de los Tres Mundos de Mao.

Pilar de la influencia china en el mundo musulmán a mediados del siglo XX, Muhammad Ma Jian fue el intérprete de Zhou Enlai (aquí en primer plano) durante la Conferencia de Bandung.

Da Pusheng (1874-1965) fue otro de estos intelectuales arabistas. Reconocido por su contribución a la educación islámica moderna, al igual que su compatriota Ma Jian, pidió a los musulmanes del mundo que apoyaran a China contra la invasión japonesa durante una gira por Oriente Medio a finales de la década de 1930. Fue uno de los artífices del acercamiento a Arabia Saudí, pero también a Pakistán e Indonesia tras la proclamación de la República Popular China en 1949.

Su participación en el “movimiento mundial por la paz” del gobierno chino, del que se hizo eco la Asociación Islámica de China, y su exhortación a las élites musulmanas chinas para que desarrollen peregrinaciones a La Meca fueron acompañadas de visitas de delegaciones musulmanas extranjeras, esta vez a China.

La Guerra Fría retrasó el proceso de reconocimiento diplomático a favor de Pekín durante varias décadas. Sin embargo, con la inclusión de la República Popular China en el Consejo de Seguridad de la ONU en 1971, en detrimento de la República de China (Taiwán), la situación internacional cambió.

Ese mismo año, Líbano y Kuwait establecieron relaciones con Pekín, mientras la capital china reconocía unilateralmente a las petromonarquías del Golfo. En Oriente Medio, Pekín pretende un acercamiento con los dos principales productores de hidrocarburos, Irán y Arabia Saudí.

Desde el cambio de los años 80 hasta la actualidad


La guerra que libraron el Irak de Saddam Hussein y el Irán del ayatolá Jomeini entre 1980 y 1988 permitió a China posicionarse más allá de la brecha beligerante entre los bandos suní y chiíta al suministrar armas a ambos bandos. Esto seguirá siendo una de las constantes más pragmáticas de su política exterior hasta el día de hoy.

Así, al día siguiente del cese de las hostilidades, China ofreció a Irán la construcción de su primer metro y consiguió al mismo tiempo vender misiles Dong Feng 3 (DF-3) “East Wind” (similares al SS-5 soviético) a uno de sus principales adversarios, Arabia Saudí.

Aunque Riad aún no tiene relaciones oficiales con Pekín, esta venta parece ser una de las mayores victorias diplomáticas de China en la región. Con un alcance de 2.700 kilómetros, estos misiles, de los que se compraron treinta y seis hasta 1997, permiten a Arabia Saudí mantener a raya a sus rivales (incluido Israel).

Conquistar nuevas cuotas de mercado y socavar a Moscú son los objetivos prioritarios asignados por Deng Xiaoping a la diplomacia china en la región. Esta política supondrá el reconocimiento de los Estados miembros del Consejo de Cooperación del Golfo (Arabia Saudí, Omán, Kuwait, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos y Qatar) y pretende consolidar la política de seguridad energética de China.

La diplomacia del petróleo (shiyou waijiao) es el centro de la mayoría de las preocupaciones de China en estos territorios musulmanes, especialmente en lo que respecta a sus relaciones establecidas oficialmente con Riad en 1990. Nueve años después, China y Arabia Saudí firmaron una asociación estratégica, que se reforzó tras la visita del jefe de Estado Xi Jinping en 2016, y que entonces se acompañó de entregas de armas, misiles convencionales de medio alcance o, más recientemente, drones.

Encuentro entre Hu Jintao, presidente de China de 2003 a 2013, y el ministro saudí del petróleo en la sede de Aramco (la compañía petrolera nacional saudí), en Dahran, el 23 de abril de 2006

Una ampliación de las relaciones bilaterales


En 2019, las exportaciones saudíes a China, el mayor país cliente, ascendieron a 48.000 millones de dólares. Ese mismo año, las importaciones saudíes procedentes de China, el principal país proveedor, ascendieron a casi 29.000 millones de dólares, lo que elevó el volumen comercial global a casi 77.000 millones de dólares. Esta cifra se compara con los 500 millones de dólares de 1990.

Si los hidrocarburos (el petróleo en primer lugar) siguen constituyendo la piedra angular de la relación, ésta ha sufrido una importante recomposición en los últimos años debido a la voluntad de Pekín de diversificar sus puntos de suministro (Irán, la Península Arábiga, África y América Latina) y de ampliar la cooperación a otros ámbitos (cultura, aprendizaje del chino, intercambios universitarios, militares y diplomáticos).

El Ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, recordó durante su visita a Riad el 24 de marzo de 2021, la importancia de esta asociación estratégica global y que ambos países han alcanzado un importante consenso en varios temas.

Uno de ellos es el desarrollo de las relaciones económicas y, sobre todo, para Arabia Saudí, la preparación de la era post-petróleo. A este respecto, los conocimientos técnicos de China en el ámbito de la energía nuclear civil resultaron especialmente interesantes para las autoridades saudíes.

Arabia Saudí está muy interesada en las oportunidades que podría ofrecer la experiencia nuclear de China. Aquí, el reactor nuclear de próxima generación HL-2M de China en un laboratorio en Chengdu, el 4 de diciembre de 2020

Al mismo tiempo, los dos Estados reiteraron su compromiso con la no proliferación nuclear y con la búsqueda de una solución pacífica al conflicto de Yemen. Por lo tanto, es natural que China establezca un equilibrio justo en su compleja relación con Riad y su gran rival regional, Teherán, pero también con Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.

La diplomacia china concede gran importancia a las cumbres chino-árabes, en las que el papel de Arabia Saudí sigue siendo decisivo. El desarrollo de acuerdos de libre comercio en la región del Golfo, que Pekín pretende promover, y el apego tanto de Arabia Saudí como de China a garantizar el respeto de sus respectivas soberanías en términos de gobernanza o, ideológicamente, en relación con la cuestión de los derechos humanos, auguran el fomento de una relación bilateral estable y reforzada en los próximos años.

Esta cooperación es tanto más deseable en Riad cuanto que la pandemia del Covid-19 ha provocado una clara ralentización de la economía saudí y el famoso proyecto “Visión 2030” llevado a cabo por el príncipe heredero Mohammad ben Salman corre el riesgo de ser fuertemente cuestionado. El enorme desafío al que se enfrenta el reino saudí tendrá probablemente repercusiones sociales y políticas mucho más allá del país. Todos estos riesgos aparecen como oportunidades para que China articule el proyecto BRI con el proyecto saudí “Visión 2030”; dos proyectos que convergen en el sentido de una cierta desmesura.

No se espera que las relaciones energéticas y comerciales sostenidas entre Riad y Pekín sufran una inflexión notable a corto y medio plazo. Además, la nueva situación del regreso de los talibanes a Kabul debería instalar a largo plazo una relación más estrecha entre Pakistán y Arabia, no sin competencia con Qatar o Irán, lo que acentuará el continuo estratégico entre Pekín, Islamabad y los talibanes, esencialmente por razones de estabilidad y seguridad.

Esto ampliaría la relación más allá del petróleo (aunque la dependencia se ha reducido en la última década), que sigue siendo un componente importante de los lazos entre Pekín y Riad por el momento. Sin embargo, la idea de que China podría, en la próxima década, sustituir a Estados Unidos a nivel mundial en Oriente Medio es, a estas alturas, una especulación arriesgada que no tiene en cuenta la complejidad de los hechos contemporáneos.