La pobreza, la violencia de las bandas, la pandemia de COVID-19 y la devastación provocada por los huracanes están impulsando la migración fuera de Honduras.
La segunda ciudad más grande de Honduras, San Pedro Sula, es el motor económico y la puerta de salida de miles de migrantes hondureños en los últimos años. Allí, muchas familias están atrapadas en un ciclo de migración. La pobreza y la violencia de las pandillas los empujan a salir y las medidas cada vez más agresivas para detenerlos, impulsadas por el gobierno de Estados Unidos, frustran sus esfuerzos y los hacen regresar.
Los daños económicos de la pandemia del COVID-19 y la devastación causada por los huracanes de noviembre no han hecho más que aumentar esas fuerzas motrices. La noticia de una nueva administración en EE.UU. con un enfoque más suave hacia los migrantes también ha despertado esperanzas.
En sus primeras semanas en el cargo, el presidente estadounidense Joe Biden firmó nueve órdenes ejecutivas que revocaban las medidas de Trump relacionadas con la separación de familias, la seguridad fronteriza y la inmigración. Pero ante el temor de un aumento de la inmigración, la administración también envió el mensaje de que poco cambiará rápidamente para los migrantes que llegan a la frontera sur de Estados Unidos.
El Valle de Sula, el más productivo agrícolamente de Honduras, resultó tan dañado por los huracanes Iota y Eta que los organismos internacionales han advertido de una crisis alimentaria. El Programa Mundial de Alimentos afirma que tres millones de hondureños sufren inseguridad alimentaria, seis veces más que antes de los huracanes. Se calcula que los dos huracanes afectaron a cuatro de los 10 millones de hondureños. La zona es también la más afectada de Honduras por las infecciones de COVID-19.
“Es un círculo vicioso”, dijo Dana Graber Ladek, jefa de la oficina de la Organización Internacional para las Migraciones en México. “Están sufriendo la pobreza, la violencia, los huracanes, el desempleo, la violencia doméstica, y con ese sueño de una nueva administración [estadounidense], de nuevas oportunidades, van a intentar [emigrar] una y otra vez”.
Los últimos intentos de caravanas han sido frustrados, primero en México y después en Guatemala, pero el flujo diario de migrantes trasladados por los contrabandistas continúa y ha dado señales de aumentar. La esperanza y la desinformación asociadas a la nueva administración estadounidense también ayudan a ese negocio.
Después de las caravanas de 2018 y el aumento del número de migrantes en la frontera de Estados Unidos a principios de 2019, el gobierno estadounidense presionó a México y a los países centroamericanos para que hicieran más por frenar la migración a través de sus territorios. Los números cayeron en la segunda mitad de 2019 y México y Guatemala detuvieron efectivamente las caravanas en 2020. En diciembre, una caravana que salió de San Pedro Sula ni siquiera logró salir de Honduras.
Pero Estados Unidos ha informado de un número creciente de encuentros en la frontera, lo que demuestra que, más allá de las caravanas, el flujo migratorio vuelve a aumentar.